lunes, junio 15, 2015



Todo empezó escuchando Punk Rock. La música fue la puerta, otra vez. Una palabra se repetía insistentemente en esas melodías supersónicas. Al compás de gritos descarnados una letra "A" intentaba escapar de un círculo sofocante, despedazando los límites que no la dejaban crecer. Un nuevo mundo asomaba a mis días.

Empecé con Bakunin que me ayudó a hacer añicos dos conceptos en los que nunca había creído demasiado: dios y el estado. Así, en minúscula; siempre preferí escribir con mayúscula solo lo significativo para mi. Vagaba por las calles con aquella remera negra con las mangas poco prolijamente cortadas por mi y la A roja bien pegada al corazón.

Los fanzines estaban siempre desparramados por mi habitación: las voces de cientos de anónimos gritaban sus ideas incendiarias en papel fotocopiado queriendo construir un mundo mejor. Y me convencieron. Fui un adolescente convencido de que a través de la anarquia se podía levantar otra sociedad más justa, noble y sincera, sobre los restos de una civilización completamente podrida. Pero entre el dicho y el hecho, la teoría y la practica, estaba incrustado el ser humano, con su inercia destructiva y su voraz apetito por el poder. No había anarquía ni igualdad posible con tantos hijos de puta deseando someter. Siempre alguien queriendo dominar, la historia en bajada de la humanidad.

El tiempo, las vivencias y la realidad brutal hirieron de muerte a mi idealismo. Me encontré con mis utopías sangrando, desorientado, preguntándome a donde me llevarían todos esos libros de anarquía leídos en mis ratos libres, de que me habían servido todas esas horas devorándolos a sol y a sombra. Muchos años pasé perdido y sin respuesta.

Sumergido en el barro de mi más profunda crisis existencial y después de meses de lágrimas y pensamientos histéricos pude resolver el misterio. Estuvo adentro mío todo el tiempo. Sentía que había estado dormido tantos inviernos, pero aquella tarde desperté. Los libros me despertaron de un cachetazo. Aquel camino de frases románticas sobre paz y autogestión, aquellas ilusiones adolescentes y desilusiones juveniles fueron el recorrido obligado y necesario para entender en todo su esplendor el concepto de libertad. La libertad era la base para toda hermosura posible y la anarquía había sido el largo y pedregoso camino hacia su descubrimiento, hacia el auto-descubrimiento. 

Comprendí entonces que la anarquía le quedaba un poco grande a la maldad de nuestros tiempos, pero cabía justo en mi corazón, y que las reglas por crear y romper vivían adentro mio. No había mas autoridad que yo mismo. Supe entonces que la anarquía quizás nunca sanaría a este mundo porfiado, pero me había transformado a mi, mejorándome, haciéndome crecer y evolucionar. Y eso, de alguna manera, también era cambiar al mundo, aunque sea de a poquito.