martes, septiembre 24, 2013



Para administrar la música parece que no hay que quererla. Avaricia por doquier, raíces secas y otro dolor de bolsillo evidente. Quieren todavía mas: mi canción es el camino a mi mansión. 

Entonces llegan la falacia y la hipocresía tomadas de la mano y cantando afinado. Será que una historia falsa vende más que una verdadera. El carilindo grita lo que te pasa a vos, y no lo que le pasa a él, mientras sacude toda su desprolijidad perfecta en el escenario. Y así nos seguimos mintiendo.

La derrota continua: cada vez más canciones compuestas con la mente y menos con el corazón, pues el estribillo debe pegar, instalarse en tu cabeza antes que darte piel de gallina; atorarse en tu memoria pero no en tu alma. La imagen photoshopeada del músico pasó a ser más importante que su propia obra, y así nos vamos volviendo cada vez más artificiales.

Los puños al cielo llenos de fuerza, lucha y coraje, se transformaron en cámaras de alta definición. Algo le bajó el volumen a las voces, que hasta suenan algo robotizadas. Al rock lo convirtieron en lo que nunca quiso ser. Todo ahora es moderado. Romper el molde es amoldarse a la rebeldía estándar, y entonces crece la demanda.

Es la decadencia de una sociedad anónima, cuya porción mayoritaria de sus acciones fueron adquiridas por la codicia. Canciones de cartón suenan de fondo mientras el mundo lastimado se sigue desangrando, todo vendado, todo vendido.




1 visiones:

Unknown dijo...

Terrible pero cierto. Me encantó leerlo, es la realidad de la música en general, la que pega en la radio, la que se compone con la calculadora.
Saludos.