Desfachatado e irreverente. Asi era Ariel cuando lo conocí aquella noche de copas.
Poco pude contarle sobre como en tan solo unos meses mi vida había cobrado forma de espiral, dando vueltas y vueltas en descenso, cada vez más pequeñas para terminar invariablemente en lo penetrante de la nada misma. "No digas más, te miré y lo supe desde el primer momento" interrumpió, haciendome saber la importancia de los ojos: "Todo vive en las miradas"
Sin movernos de nuestra banqueta pero con los vasos un poco más vacíos me llevó a dar un paseo por lo inverso de su mundo. Me trasladó a un lugar donde el cielo se encontraba abajo, podías sentirlo, eras parte de él. Al final no era tan inalcanzable como me habían dicho. Conocí la tierra de los corazones victoriosos, las mentes derrotadas y las almas relucientes. Los paisajes adoptan otra forma si se los mira al revés, siempre existe otra alternativa. Las instrucciones no lo moldean a uno, sino que uno crea reglas a su manera, y entonces la vida se vuelve mucho más rica y variada, se reproducen los caminos y hay muchos más lugares a donde llegar.
Algo fundamental: en el mundo al revés se camina a contramano, y a la gente se le ven los ojos, no la espalda. Eso si, se avanza con el viento en contra, por lo que el trayecto se hace más pesado, pero puede uno sentir el viento pegándole en la cara y confirmar que se está más vivo que nunca.
Sin darme cuenta salté de mundo y allí me quedé con Ariel, explorandolo, viviéndolo. Pude ver como mi nuevo amigo experto en invertir ( y no precisamente dinero) había dado vuelta también mi espiral: ya no estaba en declive muriendo en el embudo de los días, había renacido desde la nada, ascendiendo en giros cada vez más inmensos,casi volando, casi bailando.
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