¿A dónde quedaron todos esos maravillosos protagonistas de aquellas historias inolvidables? ¿A dónde están sus frases, sus alegrías, sus angustias? ¿Tal vez terminaron escondidos en alguna ciudad oculta y lejana? ¿Qué fue de sus aromas, sus colores? ¿A dónde quedaron aquellos otoños esenciales?
¿Por que ya no se abren esas dos piernas preciosas que no paraban de parir poesía? ¿Por qué ya no llegan esos espasmos de literatura, esos ataques de inspiración, furiosos borbotones de andanzas deslizándose por la pluma? El blanco invasor en la hoja, el renglón soltero, la desesperación del escritor al que ya no le pica la mano. Preguntarse ¿qué? ¿cómo? ¿cuándo? ¿dónde? y la sentencia que sigue siendo ciega, sorda y muda.
La respuesta al enigma es una puerta cerrada. No se puede ver por el ojo de la cerradura porque la llave está puesta. Aprovechar el percance. Girarla. Caminar para escribir. Llorar, reir, curtirse. Que en las sombras se secan la vida y la tinta, que mejor tragarse soles y lunas para terminar vomitando letras y delirios que sigan creando mundos dentro del mundo, para seguir conociéndolo, descifrándolo, para decirle a la muerte "todavía no".
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