Aquella medianoche en el acantilado me preguntaste si amaba al mundo o si lo odiaba. Que me veías confundido, dubitativo, bipolar, torturado por una dicotomia permanente. Mis ropas negras, mis ganas de conquistar cada rincón, mi corazón de barro, mis esperanzas de flama eterna. La respuesta no era poca cosa asi que pedí un tiempo para responderla. Realmente yo tampoco lo sabía.
Durante esos días anduve todo lo que pude, caminé el mundo, lo observé, lo abracé, lo escupí. Fui anotando en una bitácora las experiencias, todo lo que me rodeaba.
La música y la guerra.
Los perros y la muerte.
Las verdades, las mentiras.
Los besos electricos, los abrazos muertos.
Los voluntarios, los corruptos.
La paz y el regocijo de los viajes. La distancia implacable.
El amor, la indiferencia.
El fútbol, las torturas.
La lluvia, el viento y los hijos de puta.
Los heroes, las religiones.
La naturaleza, las cartas rotas.
Las delicias, la violencia.
El fuego, los terremotos.
Los niños, la vejez.
El sexo y los suicidas
Vos.
Yo.
Ellos.
Pasó un largo año desde que nos volvimos a ver, exactamente en el mismo lugar que aquella vez. Esbocé mi respuesta, la esperabas ansiosa. Soy cambio, soy contradiccion, soy evolución. Amo al mundo? Si. Odio al mundo? También. No puedo amarlo todo el tiempo, no puedo odiarlo todo el tiempo. Soy sensible, permeable al entorno, nada implacable. Soy parte de mi alrededor, soy ese alrededor, y a veces soy precioso, y a veces no tanto. Yo también soy el mundo. Clara, mi vinculo con el mundo es una intensa relación de amor/odio, diría que en partes iguales. Este lugar puede ser el cielo, como vos pensás, pero también el infierno más feroz. Fue quien me dio la vida, será quien me la quite.
Asentiste no muy convencida, como no creyéndome demasiado. Poco te duró lo agridulce de mi respuesta. Una sonrisa victoriosa comenzó a nacerte mientras yo miraba la luna distraído y fascinado.
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