"Yo vivo porque tengo que vivir" decía Omayra ante las cámaras mientras los socorristas trataban de ayudarla. El Volcán Nevado del Ruiz tuvo un día de furia aquel noviembre de 1985 y dejó enterrada a toda la comunidad de Armero bajo un manto de barro y ceniza.
La niña de trece años se encontraba atrapada hacía dos días entre el lodo, las ruinas de su casa y los cadáveres de sus propios familiares. Apenas escucharon sus pedidos de auxilio arribaron las fuerzas de rescate, y con ellas las cámaras de televisión. Omayra agonizaba y no había forma de desenterrarla. El agua sucia le llegaba al cuello y seguía subiendo amenazante. En un inglés débil como su cuerpo entumecido le gritaba a la parva de fotógrafos extranjeros a su alrededor "No pictures please".
La transmisión seguía el minuto a minuto de su ocaso mientras la pequeña le pedía a su madre mirando a cámara que rezara para poder volver a caminar, pero parece que dios estaba ocupado o con sordera, porque la niña murió después de casi 72 horas de lucha, en vivo y en directo para todo el mundo.
Fue aquel día en el que los televisores se encendieron para nunca más ser apagados.
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