lunes, noviembre 12, 2012



Matías, de seis años, dejó por un momento de pedirle monedas a los automovilistas que pasaban por esa maldita esquina de siempre. Sabía que le podía traer problemas nocturnos con su papá, pero no le importó.

A Tomás, de ocho años, su mamá lo dejó en la puerta del Instituto de Inglés. Pícaro, espero que el auto se alejara, y en vez de entrar al establecimiento, salió corriendo, incluso a pesar de su mochila de plomo.

Esa ventana descuidadamente abierta fue la felicidad para Juancito, de diez años. Ya no quería seguir viviendo en las sombras, armando juguetes que iban a usar miles de niños, menos él. En el instante oportuno, se escabulló, saltó por la ventana y siguió el camino del sol.

Matías, Tomás y Juancito se encontraron con cientos de otros chicos en el mismo sitio. Después de una vida entera en la vereda, contra toda regla se atrevieron a pisar ese lugar tan prohibido que había sido la calle, y la cortaron. Rodillas ensangrentadas y griterío invadieron la ciudad, que se transformó en una especie de recreo gigante: la pequeña gran revuelta había comenzado. Al frente de la multitud, asomaba una pancarta con letras coloridas y temblorosas, pero con un mensaje mas que claro: "Queremos jugar".



2 visiones:

reptilio dijo...

¡vamos a jugar!

Demuestra que no eres un robot.

Señora S. dijo...

Grandes chicos. Muy bueno!