Camilo puede aunque no pueda. Ahí está volviendo al barrio una vez más. Comparte unos mates con su mamá, y después se convierte por un rato en goleador en el potrero de la villa. Toma una cerveza helada desafiando al sol asesino, mientras el aire fresco le acaricia el rostro. Cierra los ojos y disfruta.
Camina lento por las veredas despedazadas mientras recorre las calles que lo vieron crecer, perder y caer. Pasa por la casa de su primer amor, mira de reojo y suspira uno o dos recuerdos. Esquiva la esquina sangrienta en la que vio a su mejor amigo por ultima vez, abatido, la esquina que lo obligó a dejar el barrio.
Mira hacia arriba y se percata de lo sublime y precioso que puede ser el cielo, y de que casi nunca nos detenemos a mirarlo. Envidia a dos gorriones que vuelan sobre él, sonrie y sigue su camino, pensando en que el mundo está lleno de detalles hermosos.
Y el lápiz de Camilo continua bailando sobre la hoja, pese a la oscuridad, pese a los barrotes. La puerta sigue cerrada, como siempre, pero nadie sabe que adentro de ese cuaderno de poesías nacientes él esconde un par de alas que lo llevan siempre que lo desea, a su barrio, su lugar.
1 visiones:
me antojaste un mate
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