martes, abril 09, 2013



Nunca le decían que si. Siempre le decían que no. Tenía tan solo once años y su casa era la calle. Era cuestión de estadística y de observarlo quince minutos para predecir como sería el resto de su día. Era muy común verlo uniendo el pulgar con el índice de sus manos sucias para pedir una moneda, caminando entre los autos. Hoy en día, hasta salvarse de una paliza cuesta dinero. De diez personas, una sola le da unos centavos. El ciclo se repite todo el día, todos los días, y el pibe acumula negaciones, de plata y de miradas. Se siente lejos, afuera, cada vez más , y la mecha se prende: si no le quieren dar lo que necesita, no queda otra que obligarlos a que se lo den. Revolver y a la calle. El resentimiento tiene buena puntería.

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Nunca le decían que no. Siempre le decían que si. Toda la atención estuvo puesta en él. Culo veía, culo tenía. Mamá y papá casi que le compraban tranquilidad, así que cuando el nene se embroncaba, le daban unos pesos para que se le pasara, y lo entendió muy bien. Se (mal)acostumbró. Así llegó a ser rey de su propio reino, un reino que era de papel y el no lo sabía. El día que le dijeron que no, algo se quebró, mas no su poder, eso jamás, y así salió a pisar a todo aquel que osara negarle sus deseos. Pero este mundo jamás fue complaciente, siempre fue porfiado, siempre se hizo rogar, y en cuantito el muchachito se reveló, lo desmayó de una patada en la cabeza. Exactamente de la misma forma que él había hecho con aquel viejo en el baldío del barrio, cuando se le complicó la cosa.

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Los extremos se tocaron, se conocieron y se hicieron amigos en el penal de Olmos.



1 visiones:

reptilio dijo...

hay por ahi un anime
me lo recordaste
los amigos son blanco y negro :P

Cudate camarada