Es el momento más anhelado de la semana. Como si fuese un ritual, ahí están otra vez, sentados frente al río para contemplar el atardecer y disfrutar del fuego celestial. Es domingo de tarde y el frío empieza a hacer su aparición, espantando a la gente y devoloviendolos a sus casas. Cuando la masa vuelve, ellos van. Siempre fueron un poco antisociales y amantes del silencio.
Se desvanece una semana y pronto nacerá otra en la cadena de la eternidad. Pero en ese mágico intervalo montaron su pequeño gran paraiso. Atrás quedan el ruido, la gente, la rutina, la gente, los problemas y la gente. La vorágine es amansada por el amor y mañana seguramente sacará sus garras de nuevo, pero ahora, lo mas violento es el viento del litoral raspando contra el agua y pariendo olas bebés. Ese tipo de violencia si les gustaba.
La ceremonia comienza: como si el mundo se detuviera por un instante, como si la vida propusiera una tregua, ahí están los dos otra vez, observando como el agua se traga al sol y sintiendo como los problemas escondidos en sus pechos fallecen asfixiados a causa de algún abrazo fuerte con aroma a río.
2 visiones:
envidio las ciudades con malecon
me voy a vivir a argentina mejor ya hahaha
abrazo men
Qué buena la última frase! Está genial el relato, me gustó...
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