
Él se fue, y ella quedó por siempre atrapada en esos abrazos, en ese verano. Verano que le duró 10 años y contando, una década de sol en el corazón, y de muchas lluvias también.
Y aguarda con paciencia eterna. Y él no vuelve. Sentada en la arena lo busca en cada ola que viene y no lo trae; en cada sendero de huellas marcadas, en las nuevas, en las ya borradas. Y él no está. Conoció el Atlántico, el Pacífico y el Índico, pero tampoco lo encontró. Ningún océano jamás podrá ser tan hermoso si ellos dos no están contemplándolo de la mano en su orilla.
Y reniega, de los besos que no puede recordar por haber estado ebria, de que los días solo tengan veinticuatro horas, de que veinticuatro horas pueden ser eternas, de que tiene miedo de olvidar su rostro, de que medio mar ya es de tristezas suyas. Y así sigue, (des)esperando...