martes, marzo 29, 2016




Me gusta contemplar los árboles, perderme en lo alto de las ramas anárquicas que anhelan el cielo y quieren llegar al sol. Las que cobijan nidos son mis preferidas, están llenas de futuros y melodías. Pero cada vez que miro los árboles termino pensando en la semilla, en los brotes, en el tiempo, la paciencia. Me descubro con los ojos cerrados.

No me canso de mirar el cielo. Y aunque cada mediodía me maraville con el firmamento  único e irrepetible, me pierdo en el pájaro que cruza mi campo de visión volando veloz el celeste profundo. Concentro mis pensamientos en él, surcándolo, tragandoselo, y puedo sentir como me crecen alas por unos segundos atacándome la sensación de que en ese momento placentero es el cielo el que quiere venir a mi y no al revés. Ya está unos centímetros más cerca, lo se.

Entonces no puedo evitar pensar en la chispa atrevida que da paso a la fogata, en la primera gota de lluvia que inaugura la tormenta que le dará otro color a la ciudad. En el primer beso de dos futuros amantes.

Creo, al fin y al cabo, en las revoluciones individuales en pos de las colectivas. En el regocijo vibrante de ese primer pensamiento inquieto que fecunda la mente y el alma. Creo en lo revolucionario de la música y los libros, en su poder transformador, en esa alarma que es el arte para despertarnos de la somnoliente pasividad que nos invade. Será por eso que escribo canciones e historias. Será por eso que me dejo atravesar por ellas. Y esa es mi lucha, mi calma, mi razón.





lunes, marzo 21, 2016



Una bolsa de basura negra.

Llena de sueños, de aventuras, de pensamientos nocturnos. Los recuerdos, las experiencias. La voz que calla y que cuenta que todo ser es maravillosamente único. Canciones, libros, abrazos dados y por dar. Restos. La quietud inexplicable. Abren la bolsa. Que injusto terminar asi.

Una bolsa de basura negra.

¿Recordas todo lo que luchaste para conseguir ese objetivo que te desvelaba? Y lo conseguiste. El esfuerzo fue sobrehumano, fueron muchos años de sudor y rabias, ¿pero quien era capaz de atreverse a robarte la sonrisa interplanetaria que tenias el dia en el que lo lograste? E inmediatamente fuiste por más, te propusiste otra meta aunque quedara a kilometros de mundo. Y caminando, crecías.

¿Podés oirme?

Una bolsa de basura negra.

Con eso llegaron en sus manos a la luz roja de las sirenas. No estaban apurados, ya no había mucho por hacer. Dios, su proceder impávido: me asombra la capacidad de acostumbrarse frente a semejante hecho. Me asustan aquellas personas que se vuelven inmoviles con el tiempo. ¿Por que se vuelven asi?. Se secan.

¿De que tamaño es el futuro? ¿Cuanto mide un alma? ¿Como carajo se las ingenia este mundo hijo de puta para hacer caber a toda una persona en una mísera, estúpida y ordinaria bolsa de basura negra?





miércoles, marzo 09, 2016




No recuerdo a que edad empecé a ser consciente de que estaba allí. Mis primeras imágenes de él son confusas, pero de lo que estoy seguro es que lo veía a lo lejos y desde abajo, muy chiquito.

Con los años fui creciendo, y él también, cuestión de cercanía y perspectiva. La cosa no me importaba demasiado hasta que pude divisar como la gente iba cayendo por ese precipicio. Conocidos y desconocidos desfilaban por ese maldito acantilado, y si dentro mío vivía algo de miedo, ahora se había convertido en terror.

Pasé mi adolescencia entera y parte de mi juventud tratando de buscar una manera totalmente creativa de no llegar a esa muerte dolorosa y estúpida, en cierto modo para evitarsela también a todo ser que estuviera cerca. Me desvié por mil caminos, pero todos desembocaban en uno solo que culminaba directamente en los últimos centímetros del peñasco.

La leyenda cuenta que existe un sendero, escondido, pedregoso, mediante el cual uno puede lograr no terminar echo papilla y escapar quien sabe hacia donde para salvarse, pero es dificilisimo encontrarlo. Mi búsqueda continuó.

Pánico. Puedo contemplar el abismo, su inmensidad mortal. Llegué al momento crítico en el que lo tengo a centímetros, la hora de la decisión más importante de mi vida. Tantos años contemplándolo desde la lejanía, evitando llegar al fatídico punto en el que me encuentro. Puedo detallar cada una de sus rajaduras, la forma de cada piedra que allí vive. Oler el hedor a fallecidos, oir el eco de la desolación. Intento idearme urgentemente el camino salvador, ese del que tanto me hablaron.

Un viento muy fuerte me pega en la cara. Se  mete por mi  boca, la seca por el grito. Los ojos me lagrimean al punto de no poder abrirlos. Un zumbido grueso en los oídos. No se si estoy de pie o de cabeza.