martes, abril 21, 2015


Azoté la puerta con rabia explosiva y me fui. Solo duré treinta segundos caminando. Me nacieron unas incontrolables ganas de correr. Mientras mas quieto tenía el cuerpo, peor era, estaba horriblemente nervioso. Asi que corrí. Corrí cada vez más rápido. Apretando los dientes. Corrí con la angustia como motor. Y lloriqueaba mientras huía. De vez en cuando gritaba. Era extraño, el cansancio físico nunca llegó. No sentía el cuerpo, solo la tristeza y la adrenalina del escape. Corrí por horas, días, meses, quizás años. El viento me secaba las lágrimas. Calmaba mi sed tomando del vaso que había rebalsado.

No tenía idea de hacia donde me dirigía. No seguí indicaciones, mapas ni carteles. Solo corrí. Corrí hasta el fin. El fin de algo, de alguien, no se. Florecían ampollas en mis pies. Marchaba roto: las zapatillas, la ropa, el presente. La gente me miraba raro. No me cambiaba en nada. En realidad, la gente siempre me miró raro. Eché un vistazo hacia mi costado, dejé de concentrarme en el escape en si mismo para revisar donde estaba parado. El paisaje anónimo que me rodeaba era distinto. Los árboles habían aumentado su cuantía. El viento y la hierba olían de otra manera. Los rostros eran nuevos y desconocidos. Sentí un poco de miedo, y mucha incertidumbre. Pude percibir a mi agonía agonizando. Después de no se cuanto tiempo, por fin me detuve.

Tomé aire, volví a mirar a mi alrededor. Me pregunté: ¿y ahora que?. Era la pregunta que había estado buscando sin saberlo, el sentimiento de por fin haber apagado mis infiernos. Ya no había nada, estaba en blanco, casi como nuevo, y eso significaba un principio, otro principio. Estamos llenos de principios.  Y entonces, en vez de comenzar a correr de nuevo, caminé, muy despacio, lento, casi paseando, observándolo todo, tocándolo todo, oliéndolo todo, calmo pero hambriento, como quien no para de buscar la novedad.




lunes, abril 13, 2015



No te gustaban las guerras, las cruces y las injusticias. Tu voz sonaba a calma adorable, pero sabías rugir en la tinta. El mundo siempre patas arriba, pero tus pies siempre disfrutaban de la arena. Te encantaba caminar por la orilla del mar, las olas te traían las palabras que en viaje llegaban inquietas desde algún lugar para después saltar al papel y de ahí, directo a mi corazón.

Me enseñaste a aceptar la inmensidad del tiempo, a asimilarla para poder disfrutarlo con la mayor intensidad posible. Tenias razón, somos parpadeos de la eternidad. Hoy me lo demostraste.

Disfrutabas tanto del amor en si mismo y en todas sus expresiones. Los banquetes, las noches de vino y anécdotas, los amores de una sola luna. ¿Cuántas veces naciste y moriste durante aquellos días? Lo sabés muy bien, la muerte es mentira. Siempre andabas naciendo.

Maldito 13 de Abril. Hoy tengo atravesada tu partida en la garganta. Tus palabras construyeron tanto adentro mio. Lograste que la memoria colectiva sea también mi memoria individual. Me enseñaste que estamos hechos de historias y a apreciar lo maravilloso de cada pequeño suceso a mi alrededor. Es lunes de mañana y acabas de dar tu último aleteo mientras leo alguno de tus párrafos inmortales. Te fuiste. ¿Te fuiste?

¿Que se siente ser palabras? ¿Que se siente ser de viento? Contame Eduardo, por favor. Contámelo a tu manera que necesito una caricia en el alma porque hoy fue un día muy triste. 





A la memoria de Eduardo Galeano.

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lunes, abril 06, 2015


No se muy bien como y cuando llegué acá. Probablemente fue para resguardarme del frío. Sufro mucho el frío.

A veces me siento y veo reflejada mi cara en los barrotes de cristal. La observo atentamente, recaigo en cada detalle. Puedo apreciar la simetría de mi sonrisa, lo escultural de mis lágrimas.

A pesar de que el aire pasa entre los barrotes, por momentos sufro de claustrofobia, puedo notar como el pecho me queda al borde del estallido. Pero la jaula me protege, me da calor, es mi refugio. Allá fuera hace mucho frío.

Todos mis recuerdos, mis vivencias, mis fotos son en su interior. Aun después de haber pasado gran parte de mi vida afuera, creo que no conozco otra forma de vivir, o no la recuerdo. Pierdo la noción del tiempo acá adentro. A veces siento que estoy enjaulado hace miles de años, otras veces me siento como el primer día, ansioso por conocerle cada rincón, cada secreto. Me gusta decorarla, cambiarle el aspecto siempre que puedo. En ocasiones hasta me olvido que es una jaula. Hay días en las que la siento mi pequeño castillo, aunque algunas noches, confieso, parece una tumba.

Después de muchos meses o años descubrí, casi sin querer, que la puerta estaba sin traba. Dicen que afuera es verano. Dicen que el frío no es tan grave. Pero yo me alejo de la puerta y me acurruco siempre en la misma esquina. Porque acá siempre es verano. O primavera. O los inviernos no son tan crudos.




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