miércoles, febrero 25, 2015




I- DANIEL

Que bien se desenvuelve Daniel. Cuanta seguridad en su proceder y en sus palabras, que léxico exacto utiliza según la ocasión. Triunfa en todo lo que se propone. Bueno, en casi todo. Siente que su oratoria perfecta nunca fue suficiente para conseguir lo que más ama en este mundo, su mayor debilidad: las mujeres. Quisiera degustarlas a todas, conocer los encantos ocultos de cada una. Pero no puede, se siente particularmente feo, poco apuesto, y su vida transcurre en la más amarga de las soledades. Le duele que le gusten tanto las mujeres, es el rey del "se mira y no se toca". Es el lado que nadie conoce de Daniel. Si tan solo tuviera la facha de Héctor.


II- HÉCTOR


No existe dama que se resista a los encantos de Hector. Derrocha elegancia y por su cama pasan constantemente mujeres de todo tipo y edad. Una máquina sexual. Pero cuando la mujer se viste y se va, su recreo finaliza y se enciende su infierno. Siente que su vida está a la deriva. No tiene un centavo partido al medio, ni trabajo, ni estudios, solo noches y lujuria en su haber. Pero no pierde la fe: lleva 20 años soñando con quinielas para, quizás, el día mas hermoso de su vida ganar alguna y ser millonario como Gerardo.

III- GERARDO

Millones es poco para Gerardo: cuatro autos último modelo, dos mansiones, un yate, dos empresas y el mundo conocido de punta a punta. Pero solo. El trabajo nunca le dejó tiempo para formar una familia, y con sesenta años ya se siente grande para hacer brotar otra rama de su árbol genealógico. Todos los días religiosamente desde su balcón realiza su ritual masoquista: a las seis de la tarde se sienta con un whisky y ve pasar a Marisol con sus dos hijas y su marido de regreso a casa, riendo, hablando, sonriendo, y entonces llora y pega un trago largo, tratando de embriagar su sueño roto, buscando desesperado al amor de su vida en el cementerio de sus anhelos, con la remota esperanza de que siga vivo.

IV- MARISOL

Marisol es la almacenera del barrio. Ama a su marido y a sus dos retoños. Pero le quedó una cuenta pendiente: dedicarse a la música. Un poco por imposiciones sociales, otro poco por su falta de rebeldía. Lo ciero es que nunca lo intentó. Siente que ser demasiado correcta la llevó directo a la tristeza. Y ahora, a la mínima melodía que oye flotando en el oído, se le anuda la garganta. Piensa que se le fue la juventud y que con las obligaciones domésticas no tiene tiempo para aprender a cantar. No hay noche que no vuelva a esa época de elecciones trascendentales y se arrepienta de su falta de confianza. Si tan solo hubiese tenido un cuarto de la seguridad y la decisión de su mejor amigo Daniel...



(Con tanta gente pretendiendo ser otro, desconfíen los unos de los otros...)






jueves, febrero 12, 2015



Hay quienes dicen que la vida es simplemente caminar, aventurarse a la travesía de caminar hasta finalmente encontrar el lugar al que uno pertenece. Y vaya si caminé. Lo hice durante años, en una búsqueda interna y eterna exhaustiva que me dejó varios moretones y callos en los pies. Aquella mañana me detuve en un bosque a tomar aire fresco. Sentí algo adentro mio, el eco de una adrenalina intentándome decir algo. Quizás estaba en el lugar adecuado, nunca había experimentado una sensación así. Terminé haciéndome de una cabaña y allí me quedé. Vivía en una casita de ensueño, rodeado de árboles y naturaleza exótica, alejado de la gente y su incesante andar al compás de la violencia. Notaba que habíamos llegado al punto de que hasta el paso del ser humano era brusco, atolondrado, de una violencia perturbadora. Y yo no quería ser parte de esto.

La verdad es que estaba muy cómodo ahí. No salía demasiado, a pesar de que a unos treinta minutos a pie había un pueblito con mucha fama de pintoresco. De hecho, también tenía el mar a un par de kilómetros, pero jamás iba, no lo necesitaba: uno necesita al mar cuando busca explicaciones y yo sentía en ese lugar que mi alma descansaba en calma, por fin.

Nuevo lugar, nuevas historias. Un pueblerino me relató la leyenda de las sirenas. Contaba con total convicción que ese sitio era zona de sirenas. Generaciones enteras explicaron y aun explican que todos los jueves por la noche las sirenas se acercan a la costa y emiten un canto mágico, casi hipnótico que atrae a todo aquel que lo escuche, sea hombre o mujer, joven o adulto, rico o pobre. Una vez allí, las sirenas cantan y bailan y se entregan a todo tipo de placer nocturno con todos aquellos que acuden a la fiesta, sin limites ni restricción alguna. Francamente nunca creí en ese tipo de historias, pero si debo confesar que los jueves al anochecer, cuando el silencio se adueñaba del bosque, podía percibir un sonido extraño y lejano que no lograba definir, pero allí estaba, siempre, en ese momento puntual de la semana. Al principio lo ignoré, pero la curiosidad se acrecentaba con el pasar de los días. ¿Y si realmente allí estaban las sirenas? Para colmo, y con el solo fin de derrocar mi escepticismo, el sonido provenía del oeste. El mar quedaba hacia el oeste, a unos dos kilómetros.

Aquel jueves inolvidable me pudo la incertidumbre, y apenas percibí el sonido caminé hacia allí. Atravesé arbustos, lianas, nubes de mosquitos y tomé un pequeño sendero bastante borroso que me dirigió directo a los primeros metros arenosos. Corrí algunas hojas enormes de vaya a saber que planta y allí estaba la playa en un paisaje de extraordinaria nocturnidad, plagada de mujeres cincuenta por ciento pez. Se me moría cualquier tipo de mitología, pensé que era un sueño, o una pesadilla, pero no. Pude contar alrededor de 80, chapoteando con sus senos al aire, cantando y bailando en un frenesí acuático y carnal incontrolable, entre ellas y con los pobladores. Sentí el mas bello de los infiernos en el cuerpo al escuchar esas voces dulces y casi celestiales que me llamaban en cada nota. Corrí y mientras lo hacía me desnudaba, trastabillando un par de veces pero sin caer ni disminuir la marcha. Me metí al agua, estaba casi templada. Inmediatamente se acercaron tres de ellas. me rodearon, me rozaron, me besaron, buceaban a mi alrededor, por entre mis piernas. La medianoche me encontró en un festín que me propinó la espectacular experiencia de conocer nuevos placeres inhóspitos en mi conciencia. Y ya no pude parar.

Todos los jueves al anochecer partía hacia mi nuevo limbo. Nunca podía recordar mucho de lo que pasaba durante esas noches alocadas, pero de lo que si estaba seguro era de la euforia y goce que se adueñaban de mi mientras me encontraba ahí. Solo eso tenía presente, lo demás era un caótico conjunto de olas pegándome en la cara, oscuridad, risas, frenesí borroso y escasos rayos de luna llena alumbrando parcialmente algunas caras. Las mañanas de viernes eran mi tragedia. Aparecía tirado en la playa, revocado en arena, con dolor de cabeza, sueño, sangre y la existencia pesándome en los hombros.¿Que viene después de la euforia? Los demás días dejaron de existir para mi, solo esperaba los jueves: mis semanas, meses y años solo tenían jueves. Lo demás era soportar. De hecho abandoné mi cabaña y me mudé a una pequeña casa costera, todo para estar mas cerca de esas diosas acuosas y llegar mas temprano a la orgía de mis sentimientos. Definitivamente este era mi lugar.

Nada podía detenerme. Pasé largas temporadas así. A lo último eran más intensas las crisis y el vacío de los viernes, que el propio disfrute de sirenas y mar. Sentía como la vida se me acortaba, mientras solo vivía esperando: estaba derrochando mis días. Mi cuerpo ya no respondía como antes, me sentía pesado, cansado, totalmente desganado y monótono. No tenía otros sueños y ambiciones, solo jueves. Las sirenas no estaban allí un lunes para apaciguar mis tristezas, o un miércoles para compartir una alegría. El mar estaba vacío seis días por semana. Algo me detonó: a que punto horrendo de tristeza había llegado si hasta el mar había perdido su belleza.

 Un atardecer oí su canto eterno otra vez pero simplemente no quise ir. Las voces encantadas aumentaban el volumen, casi como si fuera a propósito. Dudé algunas veces, me resistí como pude. Volví a sentarme. Agarré un libro para distraerme. Sentía como me temblaba el cuerpo, como me pedía el rugido del mar, el calor de sus pieles escamosas. En un impulso incontrolable me paré y abrí la puerta. El coro celestial se escuchaba más fuerte que nunca. Caminé cada vez más rápido, corrí desesperadamente. Finalmente llegué a mi destino: allí estaba mi vieja cabaña del bosque, idéntica a como la había dejado, pero mucho mas reluciente y acogedora, como si tuviese un aura especial, algo que la hacía mas bella de lo que era. Quizás tenía que alejarme de ella para descubrir verdaderamente la totalidad de sus virtudes, y por fin, volver y disfrutarla en plenitud.  Lo primero que hice fue sentarme en mi viejo sillón de madera. Puse mi canción preferida para tapar aquellas voces infernales y quedarme tranquilo. Cuando la melodía terminó, no volví a escuchar el canto de las sirenas. Nunca más.





jueves, febrero 05, 2015

















Dejame solo pero dame un abrazo.
No me hables, necesito un consejo.
La soledad me duele,
pero las palabras me cansan.

Las canciones tristes me calman.
Las canciones alegres me deprimen.
La tristeza se alimenta de tristeza
para finalmente vencerse.
O soportarse.

Hoy la lluvia no me lava las penas.
Hoy la lluvia me inunda el alma.
Es domingo, no tengo nada para hacer
Es domingo, no tengo nada para ser.
Entonces pienso.

Esta insoportable dualidad
me desdobla el dolor.
Otro hermoso trueno estalla arriba, ¿o adentro?.
Hoy llueve con sol
Pero no sale el arco iris.