martes, junio 17, 2014


No hay quien resista vientos tan fuertes. Días y noches enteras de pura agitación insoportable entre tempestades y chaparrones. Las inclemencias no cesan, no paran un maldito segundo. El encierro es el nuevo estilo de vida frente a la hostilidad del exterior. Cualquier tipo de aventura quedó ahogada, anulada y solo queda sentarse a mirar lo dantesco de la situación, lo débiles que somos ¿ Como podemos rompernos tanto y tan fácilmente?

Escombros, restos,  y barro. Lo que se erigía invencible hoy se redujo a trizas. Todo es oscuridad, no asoma ni una luz de esperanza, solo la de los rayos. Y mejor dejar de llorar para que las lágrimas no ayuden a que el agua siga subiendo, aun mas.

El solo hecho de volver a empezar aterra. Apenas pensar que todo el dolor de la pérdida puede llegar a repetirse algún día, provoca que el primer paso se convierta casi en una utopía y media. Y entonces... ¿Para que volver a intentar si todo tiende a la destrucción? Es el maldito espiral asesino, cuyo centro es la nada furibunda.

Hasta que un día cualquiera, sin más y de repente, el golpeteo de la lluvia disminuye de a poco hasta llegar al mas aliviador de los silencios. La música de los pájaros regresa, y con ella la armonía. Los estruendos ya no amenazan, y lentamente escampa. Asi que esto era la paz. La puerta por fin se abre y es imposible no pelearle al sol de frente para contemplar el azul precioso del cielo, más intenso y radiante que nunca, como quien descubre que, por fin, se ha curado de las tristezas, y siente el voraz apetito de salir a comerse el mundo.