lunes, junio 09, 2014



Intento acercarme disimuladamente para demorar, aunque sea unos segundos, el descontrol, pero siempre se da cuenta. Apenas merodeo el lugar donde está su tesoro escondido, para las orejas: ya lo sabe.  En cuestión de instantes vino corriendo y ya lo tengo encima mio ladrando ansiedad.

Abro la puerta del mueble en donde guardo el collar y la correa y la euforia se desata. Otto sabe que le toca salir a pasear. Al menos por un rato, sus paisajes no van a estar atravesados por rejas, como cuando ladra mientras espía por el portón del garage.

Me salta encima para que me apure a ponerle el collar porque no puede esperar un segundo mas, pero cuando intento hacerlo lo muerde con rabia, como sabiendo que, después de todo, andar con correa es libertad a medias, y libertad a medias quizás no sea libertad. Pero se conforma con eso, o por lo menos su cola ezquizofrenica me da a pensar eso.

La puerta se abre y entra en estado de shock. La luz del sol le pega en los ojos y las pupilas se le desorbitan mientras lucha contra la correa que lo obliga caminar más despacio de lo que su adrenalina le manda. Por momentos se ahoga por el tironeo pero no le importa. Es la forma de felicidad más violenta que conozco.

Va y levanta la pata en absolutamente todos los árboles, aunque use solo algunos. Huele todo, conoce el mundo nuevo, se lo quiere devorar de un bocado, se fascina, no me da ni la hora: yo no existo, solo su libertad. Él disfruta mientras yo no puedo relajarme del todo pensando en su paradójica libertad con correa; la idea no me cierra. Pero dudo que a Otto le preocupe esa contradicción mientras ser revuelca en la verde frescura del pasto para aminorar el calor.

Levanto la mirada y veo a un auto pasar con un perro en su interior sacando la cabeza por la ventanilla, con los ojos entrecerrados por el viento pegandole en la cara. Sonrio. Otto ni se percata porque está haciendo amistad con un perro callejero del barrio que lo mira como envidiándole la limpieza y la panza llena sin huesos sobresaliendo. Otto tambien lo observa, como envidiandole su cuello libre de toda atadura y su trote livianito.

Después de un rato el paseo llega a su final. Otto entra de nuevo a mi casa, su casa. Toma agua sin parar. De a poco se le apaga el incendio en el alma. Está un poco más sucio, pero también más feliz. Cuando se calma y vuelve en si, se echa a descansar otra vez en el garage,observando el exterior desde atrás del portón, como ya esperando el próximo recreo y lo imagino pensando en que es mucho más hermoso ser parte del paisaje que mirarlo desde afuera.