jueves, febrero 06, 2014



El recinto está a medio llenar. Por enésima vez el mundo de la ortografía se reúne para buscarle una solución al olvido en el que han caído. Se respira resignación, mas no se rinden e insisten.

La sangría encabeza el encuentro, pero a los pocos minutos comienza el murmullo y nadie la escucha, como si fuese invisible. Todos gritan cada vez más alto, el descontrol impera y el acuerdo más cercano parece estar a años luz de distancia. Los paréntesis no paran de acotar. El punto y aparte surge entre la multitud, agotado: quiere terminar con las reuniones para siempre, no le ve el caso a seguir. Los puntos suspensivos, eternos embanderados de la paciencia, se oponen a la idea. Aun tienen esperanzas.

El acento toma la palabra. No es muy querido y percibe que sobre él se posan cientos de miradas tajantes. No le importa nada y emite su opinión. Se comenta que medio pueblo lo aborrece por sus aires de superioridad, aduciendo que mira a todos desde arriba. Los detractores más sinceros confiesan que le tienen algo de envidia por ser el único que sabe volar.

Es el turno de los signos de interrogación y de exclamación de apertura, pero ninguno de ellos da señales de vida. A nadie le llama la atención, hace un tiempo largo que ambos desparecieron. Los rumores son varios, el más fuerte: depresión y pacto suicida. Tampoco asistieron las palabras esdrújulas. Los allegados sostienen que las invade una aguda tristeza, y están graves. Otra gran ausente es la Z: se quedó dormida, como siempre.

A las gemelas S y C nunca se las puede tomar en serio. Están sentadas en el fondo, riéndose por lo bajo, cuchicheando, planeando hacerse pasar una por la otra, de nuevo. No se sabe como lo logran, pero siempre consiguen engañar hasta al más listo.

En el momento más infernal de la reunión la H tomó el micrófono y sorprendió a todos los presentes: propuso una revolución, ante la atónita mirada general. Es que siempre fue muy introvertida y solo vivía de y para sus silencios, incluso la apodaban peyorativamente "la mudita". Quizás se encerraba en su mundo mientras engendraba algo verdaderamente grande. Ante la aprobación de su idea, cobra valor, se engrandece y pega unos alaridos que ni el propio Hitler hubiese podido emular en sus discursos. La sesión explota en algarabía, la muchedumbre se abraza. En el mundo de la ortografía por fin empiezan a entenderse y si ellos lo hacen, entonces nosotros también.




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