miércoles, marzo 21, 2012




Un desorientado más, otro miembro del club de las brújulas rotas. En el desaforado afán de comprender sus días se propuso cuantificar su vida, para entenderla aunque sea un poquito. Siempre se había llevado bien con las cifras, confiaba en que ellas podían conducirlo hacia algún paraíso escondido.

Calculadora en mano comenzó su extraño proyecto en búsqueda de alguna conclusión reveladora. Decidió medir al olvido en noches y en horas de insomnio; a la calidad de vida en número de melodías escuchadas, de goles gritados, de amaneceres que le habían secuestrado los ojos por un buen rato. Realizó la valuación de sus euforias en botellas vacías, contando los buenos y los malos tragos, claro. La libertad se medía en ocasionales baños desnudo en el mar y las melancolías serían proporcionales a los centímetros cúbicos de lluvias grises sufridas , o en su defecto, a la cantidad de letras trazadas por él mismo en vidrios empañados.

Calculó las horas que había dormido en toda su existencia, restó al total y obtuvo su vida real, la verdaderamente vivida. Los números no le cerraban: quizás había olvidado contabilizar esos minutos de sueños amorosos y de reconciliaciones oníricas que le alegraban las mañanas y le servían de motor para afrontar un día más. Sin lugar a dudas, algunas horas dormidas eran más inquietas que varios momentos de ojos abiertos. Jamás halló unidad de medida para describir la intensidad de los besos y de las miradas. Mil noches de café le costó la búsqueda, pero no hubo caso.

Varios años después de haber iniciado su proyecto, se encontró sin resultados certeros. La incógnita de la ecuación seguía en equis y la felicidad andaba perdida por ahí jugando a escaparse de todos, sin poder ser capturada y reducida a fórmula alguna. De nada servían las estadísticas en el idioma de los sentimientos. Frustrado cerró su extenso cuaderno de anotaciones, cortó con años de encierro, abrió su puerta y salió a dar un paseo al sol. Segundos le bastaron para que un viento fresco chocara contra su rostro desencadenandole al instante una epifanía impactante: quizás el sentido mismo de la vida radica, justamente, en su sinsentido. Sonrió.

1 visiones:

reptilio dijo...

a que buena onda

diario le tenemos que dar sentido a este sin sentido

hacer las cosas que nos gustan apasionan y nos hagan felices diario

suerte camarada