sábado, noviembre 20, 2010



Ese día lo juré, juré venganza. No importaba cuanto tiempo pasara adentro, antes de ver el primer rayo de sol, antes de ver el primer pedazo de cielo, antes, el culpable de que yo viera la vida entre barrotes tenía que morir. El día de la sentencia le clavé mis púpilas en las suyas por penúltima vez, y me llevaron.


Y fueron veinte años. Veinte largos años.


La cárcel me dio mucho tiempo para pensar (tiempo para planear cada detalle de mi venganza, para afilar mi resentimiento...).


La cárcel me permitió depurar la mezcla de sentimientos engendrados en mi alma, pude verlos con claridad. (Potencié mi odio, estuve rodeado de él, lo compartí, lo coseché, lo re-descubrí)


La cárcel me permitió entender el verdadero significado del mundo exterior ( el mundo que me esperaba afuera nada me había dado y nada tenía para ofrecerme; nada pueden quitarme si nada tengo...)


Los veinte años pasaron, y antes de ver el primer rayo de sol, antes de ver el primer pedazo de cielo, él vio mis pupilas por última vez.